A la memoria de mi padre.
Era su espacio de mundo ideal,
el mudo alrededor de piezas pulidas
con un par de colores opuestos
sobre un calabozo de escaques,
desde que despertaba el alba
alfiles y caballos se incorporaban listos
para ejecutar sus órdenes.
En el tablero se fueron acumulando
testimonios de batallas perdidas
sin necesidad de pelearlas siquiera.
Después de tanta paciencia
y la inútil sabiduría de sus lecturas,
el trebejo del rey se desplomó,
todavía aferrado al prodigio
de algún giro luminoso
que pudiera impedir el jaque funeral:
ilusa apertura de la ingenuidad
que no se resigna al último aliento.
Jules Etienne
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