Un día cualquiera, sin motivo aparente,
decide allanar el cerrojo deshabitado
para instalarse con descaro
hasta en los rincones más discretos.
La casa entera se somete,
los objetos asoman somnolientos
desde esa inercia que les adormece.
Entre el tenaz golpeteo de la lluvia
se escucha una trompeta distante,
entona una antigua melodía
de notas lánguidas y dulces
que evoca épocas ya idas.
Habría que perseguir a la música,
atravesar el puente de la eternidad
en busca de la otra mitad de la vida,
ingenua vocación de recordar lo imaginario.
Jules Etienne
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