Recuerdo con precisión el verde tenue
de los ojos de mi padre,
el olor de Miramar en mi infancia
que se me quedó impregnado en el olfato
como alga sobre la piedra,
la piel tersa de una amante pasajera
guardada entre los rescoldos de la memoria.
Despedidas que rasgaron la tarde
tercos pasajes de la vida que asoman
disfrazados de nubes o de flores
mientras camino a ninguna parte:
la promesa de aquellas canciones
con las que soñábamos estar enamorados
y los labios que se esfumaron una madrugada
despojándome de tantos besos.
Porque su brillo se desvanece
sólo queda la cicatriz en el cielo
de una vieja luna de enero.
Nunca se regresa del amor perdido.
Jules Etienne
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