
Bajo el cielo de un azul longevo
allí donde los sobrevivientes
derramaron su desaliento
yacen los restos del imperio
de obsidiana, jade y alabastro,
sepultado por la prole indigna
de Doña Marina, la Malinche,
nietos y bisnietos, bastardos todos.
Sobre el osario de las víctimas
un cráneo tras otro,
yacija de ríos pétreos
por la sangre coagulada,
nubes de ceniza impura.
La codicia mundana
de los mercenarios de Cristo:
primero entrará un rico
al reino de los cielos
antes que los santos inocentes
que no pagan el diezmo.
Mestizos traidores y criollos cobardes
titzimines del inframundo,
son los mismos que cercenaron el águila.
Quetzalcóatl, serpiente emplumada
Izcóatl, serpiente de obsidiana
Xiuhcóatl, serpiente de turquesa
Mixcóatl, serpiente de las nubes
Cihuacóatl, serpiente hembra
Coatlicue, diosa de la falda de serpientes
Chalchiutlicue, serpiente abuela, diosa de la tierra
Cuauhcóatl, águila serpiente.
La serpiente sigue viva,
aquí lo he dicho.
Ya los historiadores
se encargarán de mentir.
La ilustración corresponde a La llegada de los españoles,
según los murales en Palacio Nacional que entre 1929 y 1935
pintara Diego Rivera.
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