La
sirena con piel de mito
y
cuerpo de olas, le guiñó un labio.
Náufrago
soñando en la escollera,
la
miró desde sus ojos de arena
con
los que se dice nacen
los
hijos de las madres que
le temen al mar.
Hubiera
querido comprender
su lenguaje de agua
y la
humedad de su canto,
navegar
sobre sus caderas
hasta
encallar en una alegoría,
con
nereidas vagando por la playa
y centauros
en el océano.
A la orilla del espejismo,
varado entre
piedras y espuma
no
hay anclas que levar
ni
velas para desplegar.
Juran
que somos de polvo.
Jules Etienne
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